Un hombre de negocios arrojó apresuradamente un dólar en la taza de un hombre que estaba vendiendo flores en una esquina y luego se alejó.  A media cuadra de distancia se dio vuelta súbitamente y regresó hasta donde estaba el mendigo.

-“Lo lamento”, dijo, sacando una flor del ramo que el mendigo tenía en una lata a su lado.  “En mi apuro deje de efectuar mi compra.  Después de todo, usted es un hombre de negocios igual que yo. Su mercadería está a buen precio y es de buena calidad.  Espero que no se haya disgustado con mi falta de atención en mi compra”.

Y diciendo eso, el hombre de negocios sonrió y se alejó con una flor en la mano.

Semanas después, mientras almorzaba, se le aproximó al hombre de negocios un hombre bien parecido, vestido con pulcritud, quien se presentó a sí mismo y luego le dijo:

– “Estoy seguro que usted no me recuerda, y yo ni siquiera sé su nombre, pero su rostro es uno que  nunca olvidaré.  Usted es el hombre que me inspiró para que hiciera algo de mí mismo.  Yo era un vagabundo vendiendo flores marchitas hasta que usted me devolvió mi amor propio.  Ahora creo que soy un hombre de negocios”.

El amor propio es vital para toda persona, propóngase en su corazón elevar el respeto y la autoestima en otros. ¡Haciendo eso, logrará más respeto para usted mismo!

Eclesiastés 1:3,4
Una generación y otra generación viene, mas la tierra permanece para siempre.

Tomado del libro Devocionario de Dios para los Hombres, Editorial UNILIT