Se cuenta el caso de un hombre que cometió un terrible crimen, asesinando por celos, en una fiesta de bodas al propio desposado.

Después de cometido el crimen tomando su caballo huyó, gracias a la oscuridad de la noche, del castillo donde se había celebrado la fiesta, corriendo por los caminos de Escocia.

Después de galopar toda la noche dando vueltas y revueltas y cuando creía hallarse muchísimos kilómetros del lugar, al despuntar el alba, se encontró a las puertas del mismo castillo donde había cometido su terrible fechoría, siendo detenido para recibir su castigo.

Así es con el pecador que trata de huir de Dios. Después de todos los esfuerzos para evitar la justicia del Todopoderoso se encontrará irremisiblemente en sus manos.

A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia? Si subiere a los cielos, allí estás tú; Y si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, allí tú estás. Si tomare las alas del alba y habitare en el extremo del mar, aun allí me guiará tu mano, y me asirá tu diestra. Si dijere: Ciertamente las tinieblas me encubrirán; Aun la noche resplandecerá alrededor de mí.

Aun las tinieblas no encubren de ti, y la noche resplandece como el día; Lo mismo te son las tinieblas que la luz.
Salmo 139:7-12