Miraba un lobo a un cordero que bebía en un arroyo, e imaginó un simple pretexto a fin de devorarlo.  Así, aún estando él más arriba en el curso del arroyo, le acusó de enturbiarle el agua, impidiéndole beber.  Y le respondió el cordero:

“Pero si sólo bebo con la punta de los labios, y además estoy más abajo y por eso no te puedo enturbiar el agua que tienes allá arriba”.

Viéndose el lobo burlado, insistió: “El año pasado injuriaste a mis padres”.

“¡Pero en ese entonces ni siquiera había nacido yo!”, contestó el cordero.

Dijo entonces el lobo: “Ya veo que te justificas muy bien, mas no por eso te dejaré ir, y siempre serás mi cena”.

Para quien hacer el mal es su profesión, de nada valen argumentos para no hacerlo.  No te acerques nunca donde los malvados.

Fábula de Esopo

Creo que todos nos hemos topado con gente que nos recuerda a Juan Zapata, aquel que “lo que no gana lo empata”.  Este tipo de persona tiene su mente fija en algo y, sin importar los argumentos que vengan en su dirección, simplemente no va a cambiar su trayectoria… aunque le resulte evidente a todos los demás que va barranco abajo.

No cabe duda de que hay una línea muy tenue entre un visionario comprometido con una visión más grande que sí mismo y un testarudo que va rumbo al desastre.

Creo que aquí es donde necesitamos de la sabiduría y gracia divinas, que nos orienten y nos permitan discernir el camino correcto en medio de tantas opciones que el mundo nos brinda.

No vayamos a convertirnos en víctimas de “lobos” que han decidido comernos de todos modos.

Raúl Irigoyen.