Un alfiler y una aguja encontrándose en una cesta de labores y no teniendo nada qué hacer, empezaron a reñir, como suele suceder entre gentes ociosas, entablándose la siguiente disputa:

-¿De qué utilidad eres tú? –dijo el alfiler a la aguja-; y ¿cómo piensas pasar la vida sin cabeza?-

Y a ti –respondió la aguja en tono agudo-, ¿de qué te sirve la cabeza si no tienes ojo?-¿Y de qué te sirve un ojo si siempre tienes algo en
él?

-Pues yo, con algo en mi ojo, puedo hacer mucho más que tú.

-Sí; pero tu vida será muy corta, pues depende de tu hilo.

Mientras hablaban así el alfiler y la aguja, entró una niña deseando coser, tomó la aguja y echó mano a la obra por algunos momentos; pero tuvo la mala suerte de que se rompiera el ojo de la aguja. Después cogió el alfiler, y atándole el hilo a la cabeza, procuró acabar su labor; pero tal fue la fuerza empleada que le arrancó la cabeza y disgustada lo echó con la aguja en la cesta y se fue.

-Conque aquí estamos de nuevo –se dijeron-, parece que el infortunio nos ha hecho comprender nuestra pequeñez; no tenemos ya motivo para reñir.-

¡Cómo nos asemejamos a los seres humanos que diputan acerca de sus dones y aptitudes hasta que los pierden, y luego . . . echados en el polvo, como nosotros, descubren que son hermanos!

Dios en su sabiduría no nos ha hecho iguales. Somos diferentes y a cada uno le dió dones y ministerios. Ya conoces tus dones? Ya estas ejerciendo tu ministerio? o estás queriendo copiar a otro. Recuerda, eres único. Dios te hizo así.

Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo. Y hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo. Y hay diversidad de operaciones, pero es el mismo Dios el que hace todas las cosas en todos. Pero a cada uno se le da la manifestación del Espíritu para el bien común. 1 Cor 12:4-8