Ya estoy cansado de pedir y pedir y Dios no me responde.  ¿Acaso es que soy tan malo? ¿O es que Dios es insensible a mi necesidad?  Trato de ser fiel, voy a la Iglesia, doy ofrendas y en lo que puedo ayudo al necesitado, pero de regreso lo único que recibo son turbaciones y dolores.  ¿Puede darme una respuesta?

Así me dijo ese hombre alto con cuerpo de atleta pero con un corazón de niño desesperado porque sus juguetes no aparecían.

Los evangelios nos presentan la petición de oración que dos de los Discípulos de Jesús le hicieron.

“Se le acercaron Jacobo y Juan, hijos de Zebedeo. —Maestro —le dijeron—, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir”. Marcos 10:35 .

¿Notó? “Queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir”. ¿Qué era lo que pedía?

Cuando el Señor les preguntó: ¿Qué quieren que haga por ustedes? Ellos respondieron que en tu Reino uno de nosotros este a tu derecha y el otro a tu izquierda.

Quizás al leer la respuesta de ellos, nosotros movemos la cabeza en señal de desaprobación mientras decimos internamente: “¿Qué les pasa a estos dos Discípulos?”.  Sin embrago, si revisáramos muchas de nuestras oraciones tendríamos que dejar de desaprobar esa acción de los dos seguidores de Jesús para cambiar nuestra manera de orar.

Si somos sinceros, muy sinceros con nosotros mismos, encontraríamos que con frecuencia hacemos ese mismo tipo de oración. “Queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir”.

Sé nos olvida acaso que la oración es un camino de dos vías? Por un canal voy yo, pero por el otro viene Dios.

Mis deseos no son los deseos de Dios.  Por eso el Salmista escribió en el Salmo 37:4. “Deléitate así mismo en el Señor y él te concederá los deseos de tu corazón”.

La primera palabra en este verso es: “Deléitate” , la segunda es “Concederá” y la tercera es “Deseos”. Y estas tres palabras están en ese orden.

Deleitarse es encontrar sabor, gozo, placer y satisfacción y eso solo se encuentra en el Señor, no en la gente ni en las cosas. Dios es el único que satisface y llena.

“Los ojos de todos se posan en ti,  y a su tiempo les das su alimento”. Salmos 145:15.

Nuestros ojos se posan solo en él. Eso es deleitarse.  Cuando yo me deleito en el Señor mis deseos son desplazados y él pone sus deseos en mi y entonces y solo entonces se conceden los deseos del corazón que ya no son mis deseos sino los deseos de aquél en quien me deleite.  En otras palabras, cuando comienzo mi oración en deleitarme en su presencia necesito estar listo para que esos deseos egoístas que me llevaron a orar sean desplazados por los deseos de él.

Hace unos años cuando recién llegamos a Buenos Aires mi esposa se enfermó y al llevarla al hospital la Doctora que la vio me dijo: “Señor, necesita dejar hospitalizada a su esposa en cuidados intensivos coronarios, porque el ritmo del corazón desciende demasiado y necesitamos valorarla con cuidado”. Tres días estuvo en el hospital. Las dos primeras noches me quedé en la habitación con ella casi sin dormir ya que el monitor que controlaba su ritmo descendía y un sonido alertaba de esa anomalía.  La tercera noche mi hija menor se quedó con ella y yo decidí irme a casa para interceder por mi esposa y pedir su sanidad. Cuando comienzo a orar por su sanidad, retrocedí y entendí que tenía que alabar a Dios primero y deleitarme en su presencia. Comencé a adorarlo y alabarlo y en medio de ese tiempo de comunión con el padre cuando quise pedir por su sanidad otro sentimiento estaba en mi corazón. Le dije al Señor: “Señor, pedirte que sanes a mi esposa me suena egoísta, más bien quiero  darte gracias por habérmela prestado por casi cuarenta años y no me debes nada Señor, Yo te debo a ti. Eres Soberano y si quieres llevártela quien soy yo para decirte que no”.

Una ola de agradecimiento me envolvió. Al día siguiente cuando llegué al hospital, la Doctora me dijo: “  Se le ha dado de alta..no tiene nada”.  Dios es soberano y él sabe cuando y cómo contestar.

Amado, amada…no uses la oración como una pastilla sedante para calmar tus angustias, ni para exigirle a Dios nada. Él no nos debe nada.  Nosotros le debemos a Él.

Oraciones egoístas  nos cargan, oraciones de deleite nos liberan.  No es lo que yo quiero, sino lo que él quiere. No le reclames a Dios, deja que él te reclame.

“Llegaré entonces al altar de Dios, del Dios de mi alegría y mi deleite, y allí, oh Dios, mi Dios, te alabaré al son del arpa”.  Salmos 43:4.

“Entonces hallarás tu gozo en el Señor; sobre las cumbres de la tierra te haré cabalgar, y haré que te deleites en la herencia de tu padre Jacob. El Señor mismo lo ha dicho”. Isaías 58:14.

Que hoy renunciemos a nuestras oraciones egoístas y entremos en sus arios para deleitarnos, es el deseo de su hermano y amigo.

Serafín Contreras Galeano
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