¿Por qué omite el autor del Salmo 8 toda alusión al pecado? ¿Por qué se omite todo lo relacionado con la caída y corrupción del hombre? Porque el salmista contempla la humanidad ideal, tal como la creó Dios, tal como Dios quería que fuera. Tal ser es una revelación gloriosa de la naturaleza de Dios. Más grande que la inmensidad del firmamento y los millones de estrellas y planetas. Más sublime que el sol, los valles y las montañas. El ser humano es la máxima revelación natural de Dios. “… ¿y el hijo del hombre que le visites…?”, dice el salmista.

¿Qué quiso decir? Según el estilo poético hebreo, con frecuentes repeticiones, no quería decir sino “hombre”. Es muy probable que el salmista no estuviera pensando conscientemente en el Mesías. ¿No suenan las palabras del Salmo 8 como una ironía? ¿Es acaso esa pobre criatura esclava de las fuerzas de la naturaleza e indefensa ante las bestias, el humano que vio el salmista? ¿No tenemos derecho a pensar que se trata de un salmo profético? ¿No se cumple esa profecía en Jesucristo?

La narración del salmista no se ajusta al ser humano como lo conocemos hoy. Sin embargo, según las promesas bíblicas, la humanidad puede alcanzar su pleno desarrollo y maduración, “hasta que Cristo sea formado en vosotros”, como dice San Pablo, en Gálatas 4:19. El autor de la Epístola a los Hebreos señala que el humano al cual se hace referencia en el Salmo 8, no es otro que Jesucristo: Hebreos 2:6-10. Jesús como humano es la perfección de la humanidad, y lo que se efectuó en él, puede atribuirse al hombre que él representa: coronado de gloria y honra.

Podemos conocer al ser humano en tanto conocemos a Jesucristo, que es el arquetipo de hombre, el Nuevo Adán, el que nos restaura a la plena humanidad perdida por la caída del primer Adán. Pero al mismo tiempo que conocemos al hombre Jesucristo, podemos también conocer a Dios que se nos revela en El. En el Evangelio según San Juan se nos dice que Felipe deseando un conocimiento exhaustivo de Dios, le dice al Señor: “Muéstranos al Padre y nos basta”, a lo que Jesús responde: “El que me ha visto ha visto al Padre” (Juan 14:8-9).

Dios se nos revela en el Hombre Nuevo, Jesucristo. En la perfección de la criatura vemos al Creador y conocemos al Creador porque se nos revela en la perfección de la criatura. Hemos encontrado dos verdades correlativas: El conocernos a nosotros mismos, y el conocer a Dios. Las dos verdades se reúnen en Jesucristo: Dios-hombre. Como muy bien ha señalado el teólogo Emil Brunner: “Desde el momento en que Dios me encuentra en Jesucristo, yo sé que El es el Creador y que yo soy la criatura. Sólo puedo conocer que soy una criatura en ese encuentro”.

Cuando Pilato afirma: “He aquí el Hombre” (Juan 19:5) estaba diciendo mucho más de lo que quería decir. La palabra final de Dios acerca del ser humano la encontramos en Jesucristo. En las palabras de Pilato está la clave tanto de la cristología como de la antropología.
Sólo por revelación el humano puede conocer a Dios y a la esencia de sí mismo. Pero Dios no sólo nos revela su naturaleza en las páginas de la Biblia. También se nos revela en una forma especial por el Espíritu Santo. El Espíritu Santo que da testimonio de Jesucristo (Juan 15:26) y que convence al mundo de pecado (Juan 16:8). Es cuando el Espíritu Santo me hace ver mi condición de pecador, y de ser dependiente de Dios, que comienzo a tener conocimiento acerca de mí mismo. Ya no puedo considerarme el centro del universo, con todas las personas y cosas girando en torno a mí.

Sino que me convierto en alguien que gira en torno a Jesucristo. El ser humano llega a conocerse como criatura dependiente de Dios que se nos revela en Jesucristo. Cuando el ser humano se reconoce como pecador, es consciente de su necesidad de perdón; y para procurar el perdón se entrega a Jesucristo.
Pero el Espíritu Santo no sólo nos revela nuestra condición de criatura dependiente. También nos muestra una sublime relación filial: somos
hijos de Dios.

Afirma San Pablo: “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios” (Romanos 8:16). El verbo griego summarturein, que aparece en este pasaje significa literalmente: “Dar testimonio juntamente con” Es decir, el Espíritu Santo junto con mi propio espíritu da testimonio de que soy un hijo de Dios. Como afirma H. Berkhof: “El Espíritu de Dios da testimonio a nuestro yo de tal manera que éste yo no puede ya continuar pasivo, sino que se siente urgido a sustentar y transmitir este testimonio”.

La teología se ocupa, según su definición tradicional, de Dios, de su naturaleza y atributos, así como de su relación con Su creación y en especial con la corona de ésta, el ser humano. El mensaje central de la Biblia es de salvación, que también es de salud, para todo el hombre y para todos los hombres.
Lo teológico en psicología pastoral sería, pues, la utilización de todos los recursos de la fe cristiana para ayudar al ser humano a alcanzar el máximo de desarrollo y maduración de lo cual es capaz. Es la puesta en acto de la realidad de la revelación divina, contenida en las Sagradas Escrituras, de que el propósito de Dios es de salud para la humanidad. Es justamente lo que Jesucristo nos dice en el Sermón de la Montaña: “Sean ustedes seres en plenitud, así como el Padre que está en los cielos en un Ser en plenitud” (San Mateo 5:48).

Dr. Jorge León.
Psicología Pastoral
http://www.psicologia-pastoral.com.ar/