Oh Dios, tú eres mi Dios; te buscaré con afán. Mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela cual tierra seca y árida donde no hay agua —SALMOS 63:1

 

Las multitudes llegaron desde millas a la redonda porque estaban escuchando de Juan, un mensaje de esperanza y perdón bastante diferente a las condenaciones religiosas que estaban acostumbrados
a oír de los Fariseos.

No es casualidad que Juan se “apareció en el desierto.” Su mensaje de parte de Dios estaba dirigido a los lugares desérticos de las personas, ahí donde las cosas están mal, donde están torcidas, donde las cosas están fuera de control.

No estaba llevando un mensaje que les dijera a las multitudes que eran pecadores perdidos y sin esperanza y que no eran lo suficientemente buenos como para adorar en el templo de la ciudad, un mensaje que escuchaban de los Fariseos todos los días.

La Biblia está llena de imágenes que comunican realidades profundas de nuestra vida. Entre las más contadas está la analogía de los lugares desérticos, regiones secas y desoladas que  más que sustentar la vida, la quitan por completo.

En el Medio Oriente hay un contraste muy marcado entre los jardines bien regados y los tramos abiertos de desechos de roca; entre ríos y corrientes y cañones áridos. Nadie sobrevive mucho tiempo en el desierto.
El desierto, seco y vacío, retrata una condición espiritual en la cual las personas caen a causa de su rebelión contra los caminos del Señor.

Sólo piensa en el contraste que debió haber en las mentes de las personas de Israel que estaban entre el Jardín del Edén, de cuya naciente de agua salían cuatro ríos importantes, y los vastos tramos de desierto que los rodeaban por todas partes.

Fueron guiados a través del desierto a la Tierra Prometida, una tierra que bebía “el agua de las lluvias del cielo” y era regada personalmente por el Señor.  Les había sido dicho que si lo desobedecían, no habría lluvia y la tierra no produciría su fruto.

Una de las palabras más comunes que los creyentes usan para describir su condición espiritual, especialmente después de cometer errores o de ser atrapados en el remolino de esta vida en la tierra, es “sequía”.

Lo que quieren decir con sequía, como lo descubrirás en tu diario caminar, es que no se sienten cerca del Señor. Aun cuando todos nosotros sabemos que Él siempre está con nosotros y que nunca nos abandona, podemos percibir arena desértica invadiendo nuestro jardín exuberante. Así se sentía David a veces: En Su misericordia y gracia, Dios convierte nuestros lugares desérticos en estanques de agua; Él cambia los puntos vacíos y secos de nuestra vida en ríos y corrientes de agua.

Transforma el desierto en estanque de aguas, y la tierra seca en manantiales. —SALMOS 107:35

Hoy aunque me encuentre en tierra seca y árida yo te buscaré Señor. Amén.

Dr. Daniel A Brown.
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