“Y dijo: «Bendito sea Jehová, Dios de mi amo Abraham, que no apartó de mi amo su misericordia y su verdad, y que me ha guiado en el camino a casa de los hermanos de mi amo”. Genésis 24:27

Un buen ejemplo de misericordia es la historia del hijo pródigo camino a casa para ver a su padre. El hijo sabía que había hecho mal, así que ensayó todo un discurso de “Sé-que-nada- merezco”, esperando que su padre al menos le diera un trabajo entre la servidumbre. Pero el muchacho ni siquiera tuvo la oportunidad de empezar su discurso. Cuando su papá lo vio desde una gran distancia, estaba tan lleno de alegría de que su hijo regresara que ahogó el discurso de su hijo con un abrazo lleno de lágrimas, dejando claro que lo demás no importaba. Su hijo estaba en casa.

La aflicción había terminado. Era el momento de celebrar el futuro juntos.
Lo que le interesaba al padre casi no tenía nada que ver con lo que el hijo imaginaba que sería el caso. Los creyentes sinceros con frecuencia nos daremos cuenta de que no hemos vivido como deberíamos.

Nuestra naturaleza pródiga nos llevará a derrochar nuestra herencia espiritual, queriendo saciar las necedades que nos llevan a la bancarrota del corazón y de la mente. O quizá, con menos descaro, concluiremos que no merecemos recibir mucho del Señor porque no hemos hecho las cosas lo suficientemente bien o no nos hemos esforzado lo suficiente.

Estamos tentados a abordar tantas cosas en el reino de Dios a base de lo que creemos saber en cuanto a lo que opina Dios de nosotros, a lo que deberíamos estar haciendo con mayor frecuencia o de mejor manera y cómo lo hemos arruinado todo. Es por eso que algunas verdades del reino de Dios se entienden mejor desde el interior entendiendo el corazón de la verdad antes de que esa verdad sea precisamente definida y trazada como un comportamiento.

¿Por qué crees que evaluamos nuestro propio mérito cuando nos acercamos al Señor para pedirle algo en oración?
¿Qué habría sentido el padre del hijo pródigo si el hijo hubiera insistido en “mantenerse en su opinión”, aun después de que el padre quería celebrar su re-encuentro?

Basándonos en esta historia ¿cuánto le agrada al Señor cuando venimos a orar?
La oración es uno de los mejores ejemplos de nuestra tendencia humana de enfocarnos más en lo que no estamos haciendo bien, a diferencia de lo que Dios ofrece para ayudarnos a vivir la vida con más abundancia.

Menciónale el tema de la oración a la mayoría de los creyentes, y su primer pensamiento para sí mismos es, Tú, cristiano miserable, necesitas orar más. Su atención se enfoca en que el orar es una obligación o un requisito en lugar de verlo como una oportunidad para pasar tiempo con Jesús.

Si esa mentira legalista no los derriba, la noción opuesta generalmente lo hará: Eres tan miserable que no mereces orar. Semejantes pensamientos de descalificación los aleja de una conversación con el Señor y agrava su sensación de fracaso, por no vivir a la altura del deber.

Hoy, por eso quiero disfrutar de su misericordia una vez más, porque sus misericordias son nuevas cada mañana.

Señor, Gracias por recibirme como un hijo prodigo y darme  todo tu amor y misericordia a radales. Amén.

Dr. Daniel A. Brown.
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