Id, pues, y aprended lo que significa: “Misericordia quiero y no sacrificios”, porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento. Mateo 9:13.

El arrepentimiento no es una promesa de nuestra parte de que nunca haremos algo otra vez. En lugar de eso, es un reconocimiento franco de que lo hemos hecho (o estamos haciendo) está mal. Cuando nos arrepentimos reconsideramos el curso de la vida que hemos estado siguiendo, admitimos que hemos pensado en las soluciones equivocadas.

Es como si nuestro maestro nos regresara un exámen de matemáticas junto con la invitación de corregir nuestro trabajo para obtener la mejor calificación. Al volver a trabajar en los problemas que el maestro marcó como equivocados, tenemos la oportunidad de terminar por tener todo bien en el exámen. Esa era la finalidad de los preexámenes de ortografía en la primaria.

Al mostrarnos qué palabras habíamos escrito incorrectamente, los preexámenes nos llevaron al arrepentimiento y a cambiar la forma de escribir aquellas palabras en el exámen que contaba para la calificación.

Todos nosotros nos imaginamos que nuestra manera de pensar es la correcta. Si pensáramos que pensamos incorrectamente, cambiaríamos nuestros pensamientos. Así que, lo que terminamos haciendo tiene su propia lógica. No perdonamos a alguien porque no se lo merece después de lo que nos hizo. Nos preocupamos por el dinero porque lo necesitamos. Vemos una película obscena porque nos dará una satisfacción. Hacemos una broma a las expensas de alguien porque eso nos va a hacer más populares.

Pecamos por lo que creemos que el pecado va a hacer por nosotros: darnos ventajas satisfacciones, protección y poder. Casi nadie hace lo malo sólo por hacer lo malo, y aun así, si la meta de una persona es “ser malo,” generalmente es porque el individuo percibe que tal comportamiento le dará identidad o algún otro beneficio personal para ganar algo para sí mismo.

Arrepentirnos es llegar a darnos cuenta de que nuestra forma de pensar ha estado al revés, y que en lugar de darnos, nuestros pecados han estado robándonos. En lugar de ofrecernos más y mejores pruebas de la “buena vida,” han estado matándonos.

Por ejemplo, piensa en alguien que ha sido perezoso y tonto al no ser diligente para llevar en su chequera el registro de los retiros en el cajero automático. Eventualmente la persona se dará cuenta de que la tontería de haber sido perezoso le va a costar cara (demasiados cheques devueltos y cargos por sobregiro). El hecho de darnos cuenta es la raíz del arrepentimiento.  Cuando el estado de cuenta bancario llegue, más  le vale que cambie sus registros para que concuerden con los del banco, y no al revés.

En otras palabras, lo opuesto al arrepentimiento es decirle a Dios que Él debe cambiar Sus caminos o Su Palabra para que se ajuste a la manera en que nosotros elegimos vivir. Un corazón que no está arrepentido insiste en que Dios está equivocado. Un corazón arrepentido confiesa que nosotros estamos equivocados.

Quizá todavía no puedas lograr el cambio completo de tu forma de pensar o de tus acciones, pero el proceso del arrepentimiento empieza con admitir, de manera humilde y necesaria, que tú, y no el Señor, estás equivocado.

Hoy… Entenderé que necesito reconocer que estoy equivocado si quiero que Dios obre en mí.

Señor, Reconozco que he fallado y vengo ante ti para reconocer que me he equivocado y pido tu perdón. Amén.

Dr. Daniel A. Brown.
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