Se habían ido; me quedé en la entrada de vehículos y observé a mis hijos ya grandes, desaparecer a lo lejos.  Seguí mirando hacia la calle hasta que no pude divisar sus vehículos.

“Viven demasiado lejos de mí”, me dije a mí misma.  “¿Cuándo crecieron y se convirtieron en padres de niños pequeños?  ¿ Debiera estar sola yo?”

Me escurrí dentro de la casa y anduve por las habitaciones sin razón en particular.  Ya les estaba extrañando y buscando signos de que hubiesen estado aquí.  Había almohadas en el piso donde habían sido tiradas desde el sillón que habían usado como cama y unos pocos peluches donde los niños habían estado jugando.

Sonreí ante las diminutas huellas en mi espejo; no las limpié.  Pensé en el tiempo, cuando mis hijos estaban pequeños, cuando me esforzaba en mantener a ralla las manchas de las manos en los espejos y puertas.  Ahora quería que las pequeñas huellas se quedasen para verlas un poco más.  O, sabía que eventualmente limpiaría las puertas de vidrio y los espejos pero, por ahora, permanecían como obras de arte, una colección de huellitas para mi vista.

Al caminar por la casa, recogí algunas cosas del piso y enderecé una silla.  Decidí buscar en la caja de juguetes y hallé un dinosaurio volador, un esqueleto y un Frankenstein que de manera misteriosa había encontrado camino a mi caja de juguetes.  Siempre me sorprende cómo Ben, el experto en juguetes de 5 años, recuerda las cosas en la caja, sabe a quién pertenecen y si algo falta.

Caminé a la cocina y allí, en la parte trasera del fregador, había un cepillo que había sido olvidado.  “Vaya, aún Teresa olvidó algo”, anuncié.  Bueno, supongo que tendría ayuda ya que solo tiene 4 meses de edad.  “Me pregunto qué más se les quedó”, dije en voz alta a nadie en particular.  Mi esposo me oyó y se me unió en la búsqueda de cosas dejadas atrás.

Pareciera que cada vez que nuestra familia se reúne, algo se les olvida.

Cuando llamo a mis hijos para decirles lo que se les quedó, me suelen decir: “O, tráelo cuando vengas”, “Guárdamelo hasta la próxima vez”, ó “Vaya, realmente necesito eso, ¿pudieras enviármelo por correo?”

“¡O, miren!  Aquí está el diente de Tegan”, le dije a mi esposa al recoger una bolsa con cierre plástico con su nombre grabado.  Tegan tenía un diente flojo y había podido sacárselo esa mañana.  “Ahora no podrá colocarlo debajo de su almohada.

Me pregunto si funcionará si lo pongo debajo de la mía.  ¡El Hada de los Dientes se confundiría!” me reí.

“Aquí hay un par de zapatillas tenis”, dijo Mike.  “¡Y tres calcetines!” agregó.  Quizá el misterio de calcetines extra en la secadora haya sido resuelto.  Quizá algunos usen tres calcetines a la vez.  “Vaya, Ben dejó su araña de caucho”, le dije a mi esposo.  “No hay problemas, estará aquí para cuando vuelva”, respondió él.

“No si puedo impedirlo”, dije al recordar mi último encuentro con aquel tétrico arácnido artificial.

Recordé cómo Ben se había reído como loco la primera vez que yo había visto a uno de sus arañas monstruosas colocadas por él de manera estratégica para que yo la hallase.  Le encanta verme saltar y nunca lo desilusiono ya que no se requiere de mucho para que la Abuela salte, con ó sin arañas.  “Uno nunca sabe cuándo necesitará una enorme araña negra que se vea y sienta real”, dije mientra la arrojaba en la caja con los zapatos para enviárselos a mi hija.  “Espero que no sufra un ataque cardíaco al abrir la caja pero me imagino que ya debe estar bastante acostumbrada a las arañas de caucho”.

Caminé alrededor de la casa hallando más cosas dejadas olvidadas.  Un cepillo de dietes, una banda para el cabello, una figura de ángel, un recipiente para pastel, unos frenos dentales congelados en el congelador y por ultimo, las partes interiores de un freidor de pavo.  Lo estaba disfrutando; me dio algo qué hacer tras de haberse ido y alejar mi mente de extrañarlos.

Entonces mis ojos se aguaron al notar la ropa de bebé junto a la tina dónde había sido puesta a secar tras limpiarle las manchas.  El vestidito, ahora libre de manchas, me recordó el viaje al cuarto de urgencia con Rowan debido a una herida en su cabeza causada por la levantada de un pote de flores con sus deditos.

“Hmmm, cosas olvidadas…”, reflexioné.

Pareciera que hay algo que siempre dejan atrás en cada ocasión.  Los recuerdos siempre los dejan atrás, razoné, y cuán preciosos nos son los buenos recuerdos.  Pensé cómo cada cosa dejada atrás me recordaba de la persona a la que pertenecía y la historia que la rodeaba.  Los interiores del freidor de pavo me recordaron la deliciosa cena de Acción de Gracias que todos disfrutamos.

El recipiente vacío de pastel me recordó los deliciosos pasteles de Katie.  La figura del ángel me recordó del juego de intercambio de regalos que jugamos cada año.  Aún el mal recuerdo de la herida de Rowan me recordó cuán asustada estuve cuando la oí llorar.  Fue un mal recuerdo que se tornó en uno bueno al recordarnos cuán preciosa es Rowan para nosotros.

Los recuerdos pasan aún si no estamos conscientes de ellos.  Los momentos estresantes y difíciles a menudo se convierten en recuerdos que más tarde vemos con risa y gozo.

Son las historias del futuro cuando un día alguien dirá: “¿Recuerdan cuando…? y todos rían.

Entonces por supuesto, están algunos recuerdos que necesitan ser olvidados.  Los recuerdos de heridas pasadas, falta de perdón, amargura e ira necesitan ser olvidados para siempre.  Estas son cosas que nunca deberíamos mantener hasta la próxima, enviarlos por correo, o llevarlos en nuestra próxima visita.

Sí, estuve parada en la entrada para autos y vi a mis hijos, ya grandes, alejarse y recordé a mis propios padres haciendo lo mismo.

Nunca me imaginé que alguna vez sería yo la que les saludaría desde la entrada para autos y que sentiría a mi corazón irse con ellos por el camino.  Eso es así porque hay una cosa, además de los recuerdos, que se deja atrás… y eso es el amor.

“Tener un hijo es decidir para siempre que nuestro corazón camine alrededor de nuestro cuerpo”. —

Elizabeth Stone

Pamela Perry Blaine,

copyright November 2005

Fuente: www.AsAManThinketh

Si bien la historia de hoy pareciera más pertinente y aplicable a quienes ya han pasado por la etapa de criar sus hijos y ahora disfrutan de los nietos, la verdad es que su alcance va más allá.  Tiene que ver con la vida misma y con la colección de recuerdos que al transitar por ella, vamos coleccionando.

Todos lo hacemos pero necesitamos asegurarnos que nuestra “caja de recuerdos” sólo almacene lo que vale la pena recordad.  Como dice la autora, hay que asegurarnos que no encuentre lugar en esa “caja” los malos recuerdos, sino tan sólo los que nos recuerdan que la vida vale la pena vivirla, que ver a otros crecer y desarrollarse sabiendo que hemos tenido aunque sea una pequeña parte en el proceso es motivo de celebración.

¿Y qué mejores recuerdos deberíamos siempre mantener que aquellos que afirman la fidelidad de nuestro Dios en nuestro caminar por este lado del cielo?  ¡No en vano nos llama la Palabra a no olvidar ninguno de los beneficios de Dios a favor nuestro!  Adelante y que Dios les continúe bendiciendo.

Raúl Irigoyen.
El Pensamiento Del Capellán.