Cuando pienso en algunas de las figuras notables de la historia que fueron capaces de ministrar a las necesidades de la gente y llevar a cabo un gran servicio, uno de los primeros que recuerdo es John Wesley, el inglés del siglo dieciocho que fundó el movimiento metodista.

Él fue un líder que sirvió a Dios durante toda su vida con un espíritu generoso. Pero hay alguien en su familia que fue aun más desinteresada que él y que, realmente, alcanzó sus objetivos a través de su servicio.

Esa persona fue la madre de John, Susana Wesley. La última de veinticuatro hijos nacida en 1669 en el seno de una familia londinense acomodada, la muy inteligente Susana fue la mascota de su padre, el clérigo Samuel Annesley. Aunque por lo general en la Inglaterra de aquellos tiempos no se daba a las hijas mujeres una educación formal, Susana recibió una instrucción excelente de su padre, quien le permitía permanecer en su estudio cuando muchos de los hombres famosos de su tiempo se congregaban allí para discutir temas generales y filosofía.

Como resultado, ella era una persona bien informada, y su capacidad intelectual estaba bien afinada.

A los diecinueve años de edad, se casó con Samuel Wesley, un joven clérigo a quien se le llegó a considerar uno de los más finos eruditos de sus días. Formaron su hogar y empezaron juntos sus vidas.

Poco tiempo después, Susana tuvo su primer hijo, al que le siguieron varios más. Desdichadamente sus esperanzas eran más grandes que sus posibilidades de modo que pasaron casi todos sus cincuenta años de vida matrimonial en medio de apuros económicos.

En aquellos días, las mujeres de la clase media no trabajaban fuera de su casa, no obstante, Susana tuvo un trabajo más que de tiempo completo.

Se dedicó por entero al cuidado de su familia. Mantenía la casa, controlaba las finanzas (su marido era un pésimo administrador financiero) y supervisaba sus modestos esfuerzos campesinos. Aun cuando Samuel fue enviado por sus acreedores a prisión donde permaneció durante tres meses, ella no desmayó en su trabajo, el que realizó mientras seguía teniendo hijos, lo cual no era corriente en aquellos días.

En veintiún años, trajo al mundo diecinueve hijos, diez de los cuales lograron sobrevivir.

A pesar de todo el trabajo que Susana Wesley realizaba para su familia, su tarea más importante era educarlos. Cada día, excepto los domingos, durante seis horas se dedicó a la instrucción moral e intelectual de sus tres varones y siete mujeres.

Hizo de ese trabajo el objetivo de su vida.

Cuando estaba en los sesenta, su hijo John le pidió que le diera a conocer sus métodos escribiéndolos. Su respuesta fue:

No me gusta escribir sobre mi forma de enseñar. Creo que no serviría de mucho que alguien supiera cómo yo, que he vivido una vida de retiro por muchos años, empleé mi tiempo y cuidados en criar a mis hijos. Nadie puede, sin renunciar al mundo, en el sentido más literal, llevar a cabo mi método; y hay muy pocos, si es que hay alguien que pudiera dedicarse por entero durante los mejores veinte años de su vida a salvar el alma de sus hijos, la cual se cree que puede salvarse sin mucha dificultad; por eso fue mi principal preocupación.

Ella había realizado un increíble acto de entrega y, en el proceso, tuvo que dar mucho de sí, como ella misma dice, los mejores veinte años de su vida. Pero los resultados que se pueden ver en sus tres hijos hablan por sí solo. Charles fue un influyente clérigo y se le ha reconocido como uno de los más grandes escritores de himnos de todos los tiempos. Y a John se le atribuye el haber delineado el carácter de Inglaterra más que cualquiera otra persona en su generación. Su impacto en el Protestantismo sigue siendo notable.

Es probable que usted no pueda dar a su familia el tiempo que le dio Susana Wesley a la suya. Pero qué importante es que dé todo cuanto pueda a las personas que son importantes para usted. Y podrá hacer eso solo si aprende a no preocuparse por usted.

Dedique más atención a lo que puede dar en lugar de a lo que puede recibir, ya que dar es realmente el nivel más alto de vivir.

Yo te daré a ti y a tu descendencia, para siempre, toda la tierra que abarca tu mirada. Génesis 13:15
Yo la bendeciré, y por medio de ella te daré un hijo. Tanto la bendeciré, que será madre de naciones, y de ella surgirán reyes de pueblos.
Genésis 17:16