Cuando mi esposa, Margaret, y yo nos casamos teníamos un viejo auto Volkswagen. Una fría mañana no mucho después de haberlo comprado, salí y me metí en él para ir a trabajar, pero no arrancaba. Giré la llave y nada sucedió. Todo lo que pude oír fue un débil ruidito seco.

Ahora bien, en ese entonces no sabía nada de autos, ni tampoco ahora. Pero afortunadamente un amigo nuestro sí. Giró la llave una vez, oyó el ruido e inmediatamente comenzó a trepar hasta el asiento trasero del carro.

—¿Qué haces?—le pregunté—. El motor está aquí atrás. Hasta yo sé eso.

—Quiero darle una ojeada a tu batería—dijo al comenzar a tironear el asiento trasero. Y con toda certeza allí estaba la batería.

—Aquí está el problema—dijo—. ¿Ves estos cables? Conectan la batería con el motor de arranque. Pero el lugar por donde los cables se conectan con la batería está oxidado.

Pude ver una blanca costra gruesa cubriendo los lugares que estaba señalando.

—Esa corrosión bloquea la electricidad. Tu motor no arrancará mientras que esa sustancia bloquee la electricidad.

—¿Puedes arreglarlo?—le pregunté.

—Seguro—dijo—. Podemos deshacernos de esta sustancia … no hay problema.

Observé sorprendido mientras tomó una botella de soda y echó un poco en los terminales de la batería. La corrosión desapareció haciendo burbujas. Entonces meneó un poquito con los cables y dijo:

—Trata ahora.

El auto arrancó perfectamente como si nada hubiera sucedido.

Nuestras relaciones con Dios y nuestra vida de oración funcionan de una manera muy similar a la de mi auto en aquella ocasión. Mientras no haya algo en el medio bloqueando nuestra «conexión» con Dios, nuestro poder es ilimitado. Pero cuando permitimos que la suciedad se interponga entre nosotros y Dios, estamos perdidos. Y no importa cuánto tratemos de «girar la llave» en oración, carecemos de poder.

Maxwell, J. C. (1998; 2003). Compañeros De Oración. Thomas Nelson, Inc.

Recuerda mantener hoy una buena y correcta relación con Dios. Limpia continuamente tu vida de todo lo que la aisla de Él.

Dad al Señor la gloria debida a su nombre; Adorad a Jehová en la hermosura de la santidad. Salmo 29:2.

Tus testimonios son muy firmes; La santidad conviene a tu casa, Oh Señor, por los siglos y para siempre. Salmo 93:5.

En santidad y en justicia delante de él, todos nuestros días. Lucas 1:75.